Páginas

domingo, 2 de febrero de 2014

El hombre de papel escribe:16 de febrero de 2012 (08.30pm)

Te fuiste para siempre, como un segundo más de mi vida. En realidad no como un segundo, sino como una temporada, quizás como la temporada más importante de mi corta y estúpida vida. Porque sabes: aunque conseguí lo que soñaba cuando estaba recostado en tu regazo, en ese cuarto de paredes celestes, perdí mucho. Perdí quizá lo esencial, aquello que todos buscamos y pocos hallamos: te perdí a ti, que fuiste –durante muchos años– el empuje diario, quien me inspiró cantos ahogados, gritos desesperados, aquella chica a la que ahora recuerdo con cariño, a miles de kilómetros de tu presencia. 


Ojalá que seas feliz, te lo mereces. Eres una chica de hierro, y aunque pocas veces te lo haya dicho: eres de las pocas mujeres inteligentes y guerreras que he conocido en mi vida. Por eso te admiraba, por eso te idolatraba a mi modo. Porque era cierto que a veces te hacía llorar, que era un desgraciado sin escrúpulos, que te dejaba llorando en la cama mientras salía a divertirme con mis amigos los fines de semana.

Y claro: cumpliste tu promesa, esa con la que siempre me amenazabas. Y sí, encontraste a alguien que te quisiera más que yo, que te comprendiera y quisiera casarse contigo cuando tú lo desearas. Pero sabes: nunca te mentí. Cuando te aseguraba que anhelaba que fueras mi mujer, mi esposa eterna, no era para salir del paso. Era un pacto implícito entre los dos, un acuerdo tácito que cumpliría dentro de poco.


Pero no supiste esperar, y buscaste en otro lo que yo aún no podía darte. Porque claro: qué iba a entregarte si era un don nadie, y aún lo sigo siendo. Y ahora que te veo con tu vestido blanco, con tu sombrero de paja y una sonrisa inmensa digo que eres feliz, y aunque una lágrima cae de mis ojos no importa. Tu felicidad es mi felicidad. Y ahora estoy un poco más tranquilo.

Tal vez nunca encuentre a la mujer de mi vida, tal vez la perdí hace dos años, allá en la gris, en esa ciudad inmensa que tú me ayudaste a sobrellevar, que tú me enseñaste a querer. Sí, quizá no sea feliz. En realidad he de confesarte que no lo soy, pero que todos los días trato de serlo. Y aunque me duela tu ausencia, tanto como tus hoyuelos en tus cachetes, debo sobreponerme y seguir adelante, como siempre.

Ahora solo tengo que decirte adiós y que te vaya bien. Acuérdate de las tardes de verano en que jugábamos en la azotea de aquella lúgubre casa, envueltos en un mar de besos y abrazos, que eran nuestra forma más sencilla de decir que nos amábamos con frenesí, quizá como nunca lo llegarás a amar a él. Recuerda seguir luchando a diario, no te olvides de ponerte la blusa lila que tanto me gustaba y dile al Biryin que su papá es un fracasado, pero que lo ama con locura, y aún recuerda nuestra época dorada.    

Gracias Hombre de Papel por dejarme compartir esta historia.